miércoles, 19 de mayo de 2010

Barcelona 1000 graffitis

Caminando por las calles de Valparaíso me encontré con unos personajes que vendían libros usados... en mi búsqueda Súper Design encontré unos libros que me gustaban y por suerte me los pude comprar... El primero es Barcelona 1000 graffitis, esta publicación es un reportaje fotográfico de Rosa Puig sobre el graffiti en Barcelona, ciudad convertida hoy en un punto de encuentro y 'lienzo de hormigón' para graffiteros de todo el mundo.

En Barcelona 1000 graffitis se documenta la gran diversidad de graffitis esparcidos por la ciudad, motivo de asombro y admiración para unos, de preocupación para las autoridades y de desesperación para los propietarios de las fachadas invadidas con nocturnidad y alevosía.

Los graffitis recogidos en este libro se encuentran en diferentes zonas de la ciudad -desde muy céntricas hasta lugares periféricos- y presentan temas y tonos muy diversos -poéticos, reivindicativos, rupturistas- de forma que compiten con la característica contaminación visual urbana y contribuyen a enriquecer su paisaje.

Las fotografías reflejan la mirada sorprendida de su autora, a la vez cautivada por estas 'piezas gráficas' que, en sus palabras, 'arrancaría de las paredes para colgar en mi casa'.

Aquí les dejo algunos textos extraídos desde el libro por si quisieran leer, y fotos…


Extracto de la introducción:

'Barcelona 1000 graffitis

por Julián Álvarez García

... y 1.000 no son algunas, sino muchas y muy diversas intervenciones gráficas sobre pared y mobiliario urbano que Rosa Puig ha recogido en los tres últimos años. Y no por afán de documentar el fenómeno del graffiti en Barcelona, sino por el interés fotográfico que algunas de estas intervenciones le han suscitado. Interés resumido en este libro que no explica el fenómeno, pero que lo ilustra generosamente, con acierto gráfico-documental y sensibilidad fotográfica. El libro no refleja la mirada especializada de alguien que ve la oportunidad de documentar/investigar un fenómeno con repercusión mediática, sino que refleja la mirada curiosa de quien se deja sorprender y seducir por estas intervenciones gráficas que la autora de esta compilación 'arrancaría de las paredes para colocar en su casa'.

Barcelona es la ciudad de España, y puede que de Europa, que más se cita/nombra a sí misma (en campañas publicitarias institucionales). Este egocentrismo que persigue la singularidad resaltando la diferencia ha derivado, por méritos propios, en la ciudad más grafiteada... ¿del mundo? No me declararé a favor o en contra, pero desde luego algunas de estas intervenciones mejoran el aspecto visual de espacios públicos concretos. Otras merecen un aplauso por su ingenio y oportunidad. Y otras, por el contrario, claramente la repulsa. Barcelona 1000 graffitis recoge abundantes ejemplos de los que dejan boquiabierto a los transeúntes; intervenciones con mensaje que hacen pensar. Otras, con chispa, provocan la sonrisa espontánea. Y también muestras de vandalismo gráfico que despiertan el más visceral rechazo. Este libro no se define a favor ni en contra del graffiti. El lector decidirá por sí mismo lo que es arte, ingenio creativo o juvenil manifestación incívica.

Graffiteros de todo el mundo se dan cita y hacen escala en Barcelona para expresamente dejar su firma/obra en las paredes o mobiliario urbano de la ciudad que hoy pasa por ser la más liberal y tolerante de Europa con este tema. Justo enfrente de los dos equipamientos artístico-culturales más reconocidos y vinculados con la modernidad –el Museo de Arte Contemporáneo (MACBA) y el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB)– se expone y exhibe a sí mismo (sin comisario o programador que lo controle y administre) el tabique-lienzo más internacionalmente famoso por sus graffitis. Para el turista, vecino o quienquiera que transite por el lugar, esta 'pared legal', que discurre a lo largo de la calle Montalegre, compite en interés con los contenidos bien comisariados, programados y administrados de los equipamientos oficiales de cultura urbana y arte contemporáneo.

Barcelona está siendo la meca para los graffiteros de todo el mundo, y esta pared legal, como el muro de las lamentaciones de los judíos, viene a ser el lienzo de hormigón donde formular sus mensajes iconográficos en competencia o sintonía artística o técnica con otros peregrinos y misioneros del graffiti. Es asimismo la pared que más capas superpuestas de graffitis acumula, hechas a lo largo de más de tres años que vienen durando las obras de lo que será la nueva Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona. Esta pared ocasional, que pronto será derribada, se ha convertido en centro de atracción turística en el corazón mismo de la modernidad de Barcelona. Precisamente este libro Barcelona 1000 graffitis contiene una buena e interesante muestra de graffitis ya desaparecidos de esta y otras paredes emblemáticas de la ciudad.

Las fotografías de Rosa no apuntan a ilustrar tesis alguna, aunque sí podrían elaborarse unas cuantas con las muchas, muchísimas, aquí contenidas. Documentan, por supuesto, los graffitis más espectaculares y técnicamente mejor resueltos, pero también aquellos otros aparentemente más sencillos y que para la autora de estas fotografías contienen una gran carga expresiva. E igualmente aquellos que, por efecto de la degradación, enmarcados por su cámara, parecen cuadros matéricos de Tàpies, del que por cierto admira su obra. Las fotos de Rosa Puig documentan generosamente el fenómeno del graffiti en Barcelona, pero desde su particular punto de vista, renunciando a veces a la frontalidad del encuadre, incorporando la valla publicitaria que corona el graffiti, alejándose del motivo para mostrar el contexto, aproximándose para captar un detalle. Sus fotografías son el reflejo de una mirada ingenuamente sorprendida y, a la vez, de una cámara intencionada y sutilmente orientada.

La autora del libro, que lo es también de su diseño y maquetación, ha estructurado y organizado el contenido siguiendo criterios formales de composición gráfica con el fin de conferir dinamismo visual a las páginas. Las imágenes han sido agrupadas por afinidad y/o similitud... de contenidos (caras, personajes, viñetas), de encuadre (con fondo, de valla publicitaria, de entorno urbano), de técnica (plantillas, firmas), de soporte (puertas y ventanas, mobiliario urbano), de/por autores (Pez, Miss Van, Chanoir, Chupet Negre), etcétera. Incluye un apartado de 'garabatos' y cierra el libro con un conjunto singular de graffitis del interior de una antigua fábrica en ruinas. Esta intuitiva organización por afinidad, ritmo y composición renuncia a estructurar el libro en capítulos y apartados, proponiendo por el contrario una lectura de las imágenes en continuidad y sintonía con el DVD Travelling Barcelona Graffitis que se adjunta. Barcelona 1000 graffitis es, pues, un libro singular, de un solo capítulo con muchas, muchísimas fotografías, y comentarios ad hoc de los propios autores de algunos de los graffitis, que se han prestado a colaborar aportando sus opiniones.

Barcelona 1000 graffitis resume la diversidad de intervenciones gráficas sobre pared y mobiliario urbano que salpican la ciudad para asombro de residentes y visitantes, preocupación de autoridades y desesperación de propietarios de las fachadas que, con nocturnidad y alevosía, son reiteradamente bombardeadas. Se recogen aquí, pues, simpáticas, poéticas, radicales, toscas y brillantes piezas gráficas, que dan color al paisaje urbano compitiendo con la publicidad en su afán de notoriedad.'





Extracto de la introducción:

'Formas del inconsciente urbano

por Josep María Català, profesor de Estética de la Imagen de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)

Uno de los fundamentos de todo aprendizaje visual debería ser la constatación de que no vemos tanto lo que queremos como lo que podemos ver, de acuerdo con el régimen visual que nos impone, por un lado, la sociedad y, por el otro, nuestra particular cultura. Ello explicaría cómo ha sido posible que una de las más interesantes manifestaciones estéticas de finales del siglo XX haya pasado desapercibida en gran parte para los receptores inmediatos de la misma, a pesar de haber estado presente de forma continuada ante sus ojos. Edgar Allan Poe ya nos advirtió, en uno de sus cuentos más famosos, La carta robada, que la mejor manera de esconder algo es dejarlo a la vista de todo el mundo: a buen seguro que así no lo verá nadie, convencidos como estarán todos de que lo importante no puede estar nunca en la superficie. Los graffitis han sido víctimas de este prejuicio al llevar el arte directamente a las calles de nuestras ciudades, cuyos habitantes sólo sabían ir a buscarlo al escondrijo de las galerías o los museos. Los muros de nuestras ciudades llevan años hablando a nuestros ojos y no hemos sido capaces de escucharlos. Me temo que ni siquiera los autores de la conmoción, los graffiteros, han llegado a comprender la mayoría de las veces el alcance de sus operaciones, lo cual puede que haya acabado siendo una virtud, ya que quizá uno de los factores que más contribuye a la vitalidad del fenómeno, y, por consiguiente, a su trascendencia, sea el hecho de que se trata de una forma estética cuya espontaneidad no se deja atrapar fácilmente por las redes del arte contemporáneo.

Siempre resultará difícil convencer a los vecinos de un barrio, así como a determinados urbanistas y arquitectos de gusto recalcitrante, de que las coloridas floraciones que aparecen en los muros de sus calles son una muestra, eminente, de una vitalidad ciudadana que, por otro lado, disfrutan todos ellos sin demasiados remilgos. Se sabe, desde Baudelaire a Benjamin y Kracauer, que la ciudad moderna instauró un nuevo régimen perceptivo, acomodado a una ingente pluralidad de estímulos que nunca antes se habían ofrecido a los seres humanos con tanta intensidad y con un grado tal de acumulación. El fenómeno urbano moderno se inició principalmente en París y Berlín, en un período que va de mediados del siglo XIX al primer tercio del siglo XX. Y no porque no se diera en otras ciudades en la misma época o porque algunas de sus características no se pudieran encontrar en otras grandes urbes anteriores, sino porque en esos lugares hubo conciencia de la novedad y surgió un determinado tipo psico-social en consonancia, a la par que aparecía una estética, tildada de vanguardista, que daba cuenta de la nueva situación. Los nuevos ritmos vitales y perceptivos de entonces no han hecho sino acrecentarse y constituyen la normalidad de nuestros entornos vitales del presente. Es de esta normalidad, y no de la excepción vanguardista anterior, de la que surgen el graffiti y el graffitero o, lo que es lo mismo, una estética destilada directamente de los ritmos urbanos y un personaje que no se dedica a contemplar a distancia el bullicio ciudadano, como hacían antaño el dandi, el flaneur o algunos artistas de vanguardia, sino que está dispuesto a actuar sobre esas sensaciones, materializándolas mediante sus formas.

De los muchos ritmos urbanos que configuran la cambiante faz de la ciudad, el graffiti tal vez no es el más acelerado –los transportes y los movimientos personales se llevan la palma en este aspecto–, pero sí que resulta el más rápido de entre los más estables. Las reformas urbanísticas o arquitectónicas pueden tardar años en realizarse y luego permanecen inalterables durante muchos más; en cambio, los graffiti varían con mayor o menor frecuencia, superponiéndose unos a otros o siendo borrados por los servicios de limpieza para despejar un muro que no tardará en ser trabajado de nuevo. Pero el fenómeno, la dinámica estética que aflora en las paredes de las ciudades posmodernas, en realidad es permanente, forma parte del paisaje urbano y nos recuerda que la ciudad está viva más allá de las ordenanzas municipales.

Se trata de un arte ajeno a las galerías, excepto cuando alguno de sus practicantes, como el caso mítico de Basquiat, es tentado por ellas y abandona el circuito clandestino. Este trayecto desde la acción directa y el anonimato al mercado y la fama, que no es ni mucho menos frecuente, supone una trasgresión mucho mayor que la que se puede dar en el típico fenómeno que convierte en popular al artista desconocido. El artista que sale del anonimato no cambia sustancialmente el estilo de su obra, mientras que un graffitero que abandona los muros de la ciudad, deja atrás todo un mundo. No se puede transportar el graffiti a las galerías o a los museos, porque para ello habría que meter una ciudad entre cuatro paredes.

El graffiti es el arte por antonomasia de la ciudad contemporánea, una forma artística que transforma los muros de la ciudad en receptáculos de sorprendentes metamorfosis formales. Es el arte de la palpitación urbana que, a partir de zonas periféricas, se va extendiendo poco a poco a todo el ámbito ciudadano en una proliferación que no deja de ser lógica, ya que su marginalidad inicial no es intrínseca, sino solamente táctica. Negar el graffiti significa negar la vida real de la ciudad en nombre de un racionalismo urbanístico de cortos vuelos y que, la mayoría de las veces, sólo ha sido capaz de producir horribles aglomeraciones arquitectónicas, barrios de ásperas construcciones en cuyas paredes aparecen, precisamente, las primeras manifestaciones del fenómeno. Por algo será.

Con el graffiti, la pintura regresa a los muros, donde nació antes de convertirse en cuadro. El graffiti combina la escritura y la imagen como sólo los grandes maestros orientales de la caligrafía sabían hacer.

A ello añade un gusto por el color y las formas que mezcla los trazos electrizantes del dadaísmo con los pálpitos luminosos del pop art y el cómic. Laten en el graffiti los efluvios de la considerada alta cultura, junto con la energía de aquellas manifestaciones populares a las que todavía miran por encima del hombro aquellos que no se inquietan demasiado por el hecho de que la vitalidad de la expresión artística se mida con los criterios del mercado de valores. Se mueve el graffiti en la dialéctica del interior y el exterior, siempre problemática en el arte y el urbanismo: el arte que vale la pena va dirigido a los interiores (con el peligro de convertirse en decoración); para el exterior se deja lo inclasificable, como ciertas esculturas, o lo que carece aparentemente de compromiso. El graffiti, por el contrario, se lanza no sólo a producir sus obras en el exterior, sino a estetizar lo que por su situación y textura parece refractario a toda estética. En este sentido, el graffiti es lo opuesto al museo. Basta darse una vuelta por los alrededores de algunos de ellos –pienso ahora concretamente en el MACBA– para darse cuenta de que esto es cierto.

Aprender a mirar es, hoy en día, tan urgente como fue una vez aprender a leer, no porque este último aprendizaje haya dejado de ser importante, sino porque su intrínseca utilidad se deteriora en un universo cultural como el nuestro, en el que la visión se ha hecho compleja. En la actualidad, no hay educación posible de la mente que no pase por complementar el logos con la mirada, es decir, con la faceta instruida de la simple facultad de ver. Aunque, a veces, nuestra ceguera es tal que se hace necesario empezar por enseñarnos a ver.

Pocos libros son capaces de cumplir con la tarea de enseñarnos a ver como prolegómeno de una reflexión ampliada, ya que la mayoría de los que lo pretenden lo hacen sumergiéndonos en la estructura del texto y, por tanto, dejando de lado la característica principal de la empresa, o bien, limitándose a contentarnos con una estética agradable y superficial. Por el contrario, este libro de Rosa Puig consigue de entrada arrancarnos de nuestra ceguera y mostrarnos la vitalidad de una forma expresiva que apenas si alcanzamos a ver y mucho menos a comprender, y ante la que reaccionamos generalmente con impaciencia: esto tienen en común al menos el graffiti y el arte más contemporáneo. El libro, convertido en realidad después de un encomiable y necesario trabajo de campo, tiene también la virtud de centrarse en el ámbito de una ciudad en concreto, Barcelona, con lo que cumple la función de mostrarnos la cualidad orgánica del fenómeno y su nexo con un ambiente urbano determinado: es decir, demuestra que el graffiti es el equivalente del latir visual de esa ciudad, la savia estética que la renueva constantemente. Por último, la voluntad sistematizadora del libro, ejercida sin ningún dogmatismo, logra instruirnos sobre las características esenciales del graffiti, sobre los pulsos estéticos a través de los que se desarrolla, sobre la mezcla de innovación y repetición que lo constituye. No es habitual encontrar en libros de este tipo una tan encomiable y certera voluntad didáctica como la que se muestra en este estudio visual del graffiti barcelonés: un impulso didáctico que no sólo no se contrapone al disfrute estético, sino que se alimenta del mismo.'





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